“El hombre ha hecho de la tierra un infierno para los animales.” Arthur Schopenhauer gran filósofo alemán fallecido en el año 1860.
Todo es relativo, sin duda, y nada es absolutamente ideal; ser humano y naturaleza forman un conjunto atávico desde la noche de los tiempos, ser humano y naturaleza son hoy antagonistas acérrimos.
La historia de la humanidad es compleja, llena de etapas cruciales; desastres y logros por igual. La historia de nuestra presencia en el planeta mantiene una condición inalterada a lo largo de los siglos.
Un peaje mínimo, en comparación con los beneficios, una cuota ridícula por la que en definitiva se nos permite vivir.
Esa condición no es otra que el respeto a la tierra, al agua, al aire y a todo animal que mantiene el equilibrio natural.
Los siglos han sido benévolos, lenta pero inexorablemente nos han recordado nuestra morosidad; el absoluto desajuste entre la vida humana y la naturaleza clama de manera agónica….. hoy es un profundo grito ahogado.
Nuestra condición olímpica, o gilipollez perpetua, nos impide ver más allá de nuestras narices, nos preocupa lo inmediato, el momento y poco más; lo que dejemos a nuestros hijos y nietos es algo que poco nos quita el sueño.
Es cierto que hay guiños diarios hacia lo sostenible, pero no es menos cierto que por cada guiño hay un millón de hechos objetivos que destruyen el planeta de manera inexorable.
Lejos de visiones apocalípticas hay una tozuda realidad, el cambio climático es un hecho, el deshielo de los polos medible, la contaminación atmosférica un fenómeno galopante, la disminución de la masa forestal escandalosa y así un largo etcétera para bochorno de propios y ajenos.
Pero poco importa en esta civilización convulsa, poco puede preocupar a gobiernos y organizaciones internacionales cuando vivimos momentos crueles, cruciales en lo social y político.
Y resulta un hecho la utopía de conjugar hoy la vida y el medio natural, cómo hemos llegado hasta este punto es algo a lo que no sabría responder.
Del mismo modo no creo en soluciones individuales o colectivas, me declaro totalmente agnóstico al respecto; sencillamente estoy convencido que debemos pagar, más pronto que tarde, por una absoluta falta de previsión en nuestro paso por el planeta, se cierra un ciclo y nos espera su resultado.
No hace falta ser visionario, ni agorero, para afirmar que las próximas generaciones van a vivir serias dificultades; no es necesario verse la saga completa de Mad Max para intuir un futuro cierto.
Y mientras tanto seguimos siendo únicos, dioses en la república independiente de nuestras casas.
Todo aquello que tenemos es reflejo de nuestro ser, todo aquello que mostramos es un mensaje subliminal. Toda moda asumida es reflejo de una parte de nuestra identidad.
Somos seres sociales, hasta la propia barbarie no tendrían sentido sin su publicidad, somos muy nuestros pero a la par muy del vecino.
Mostramos sin traducción y siempre lo justo, o incluso diluido en la propia ignorancia de estar enviando un mensaje al prójimo.
Todo es relativo, y en este campo de la relatividad algo me ahoga; me obsesiona cada día un poco más.
El perro lobo checoslovaco es, muy a pesar del ser humano, y sin embargo vive la dualidad de ser y estar inmerso en un proceso degenerativo bestial.
La raza no es compatible, ni con nuestra moderna sociedad ni con nuestra particular visión de las relaciones animal ser humano.
Relativa opinión, vaya por delante, pero propia y nacida de la observación y convivencia.
Esta raza no encaja en los estándares sociales al uso, nos guste o nos repatee los hígados, esta maravillosa raza no encaja con cadenas, casetas, jaulas o barrotes de oro.
El perro lobo checoslovaco no es sustituto de complejos, no es un complemento para cubrir soledades; y desde luego no es un animal de compañía.
En todo caso necesita de nuestra compañía activa, algo muy diferente al paseo rutinario para hacer sus necesidades y volver a casa.
El paso de los años, en convivencia con ellos, me ha demostrado que quién busca un perro se equivoca de lleno con esta raza.
Lejos de mi intención definir o sentar cátedras, su origen y su presente son suficientes para avalar la diferencia.
El mayor estigma del plc reside en su propio ser, en su atractivo visual; lo anterior confunde a los profanos, infunde pasión a primera vista y provoca un deseo en ocasiones irrefrenable.
Las etapas posteriores son otra cuestión, el sacrificio personal que conlleva criarlos, la dedicación exclusiva que reclaman, sus propias necesidades – unidas a su peculiar comportamiento – son escollos para una gran mayoría de personas.
Pero todo está en movimiento, avanza y retrocede; y el “mundo” del plc no es ajeno a nada.
Tal vez seamos muy pocos los que pensemos de este modo, con toda seguridad no estaremos en posesión de ninguna verdad; pero no es menos cierto que vivimos una realidad coincidente, compartimos las mismas experiencias y hemos desarrollado una especial relación con la raza.
Respeto toda opinión, valoro la información y admiro el ejemplo; pero me asquea la idiotez, el mercantilismo y la confusión.
El peaje de nuestro planeta ha sido mínimo, nuestra deuda inmensa; nos aguarda un futuro desolador en la tierra que pisamos, las continuas muestras que la propia naturaleza nos ofrece sirven de poco.
Esta raza lleva años mostrando su ser, años en los que nos hemos empeñado en domeñar su libertad…. en comercializar su esencia cual si fuese un pato de escayola.
Años observando abandonos, asistiendo a irresponsabilidades, comprobando una falta de objetividad al informar…siendo testigos de un ciclo imparable con la masificación.
Hemos hecho de la tierra un infierno, para humanos y animales, que cada cual sea responsable de sus actos; el perro lobo checoslovaco – al igual que el resto de animales – tan sólo existe, y según su suerte convive o sobrevive.
De nosotros depende, de ellos no.