“La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”. Francoise Mauriac escritor francés.
La muerte de un ser querido es una tragedia, una dura experiencia que todos hemos vivido o sin duda viviremos; ciclo de vida solemos argumentar.
Pero la fragilidad del ser humano no entiende de argumentos ni consuelos, cuando ese ser querido es un bello animal – que ha compartido con nosotros su vida entera – se sufre de un modo especial y diferente.
No pretendo equiparar pérdidas o sufrimientos, un ser humano lo es y en consecuencia está lleno de bondades, defectos e incluso maldades.
Un animal es un ser único, bondadoso por naturaleza siempre que sepamos respetar su ser; alejado de la maldad humana, aunque pueda estar lleno de defectos incompatibles con nuestra sociedad.
Cuando se comparte la vida con él, cuando se camina a su lado desde su más temprana edad, los momentos y sensaciones nos inundan.
Nos fortalecen como seres humanos, nos aportan limpieza, nobleza y entrega; es muy recurrente lo se….pero es una realidad tan aplastante, que si no fuésemos tan egoístas debiéramos ensalzar.
Y la vida es un ciclo, tan reducido en su amplitud que no sabemos vivir; y cuando la muerte nos toca de cerca es muy difícil sobreponerse.
Es fácil escribir desde la distancia del hecho……….lo se; he vivido esos momentos trágicos pero nunca es comparable.
Cada ser humano vive, y debe vivir, esos momentos con la plenitud del recuerdo; con la intensidad de todo lo recibido, con la emoción de cada momento y por qué no….. con una sonrisa de felicidad.
La felicidad es un estado transitorio, volátil y poco común; es un bien preciado y perseguido con ahínco.
Esta increíble y maravillosa raza nos da tanto, nos entrega cantidades inmensas de sensaciones y momentos; se convierten no ya en seres amados….alcanzan la condición de un alma libre y admirable.
Quienes convivimos con ellos, sufriendo sus especiales costumbres, riendo a espuertas con sus peculiares trastadas, nos convertimos en adictos a ese espíritu libre y natural.
Una adicción absoluta, sana y edificante; un camino recorrido cada día y en el que debemos aquilatar todo lo recibido.
Y cuando llega la muerte, cuando nos alcanza de lleno, nada ni nadie puede perturbar nuestro dolor. Es nuestro, pertenece al mundo de lo vivido por derecho propio.
Y con estas líneas no pretendo turbar unos momentos tan especiales, tan sólo quiero rendir un sentido recuerdo a una familia compuesta por dos seres humanos y un perro lobo checoslovaco.
En ocasiones nos alejamos de las personas, somos muy estúpidos por que vivimos aceleradamente; pero siempre, en todo momento, una mirada profunda, penetrante y luminosa nos acompañará.
Nunca nos abandonará, nuestro lobo es y será un refugio en la vorágine diaria; un rincón limpio y verdadero, un compañero fiel y sin otra doblez que ser respetado.
Y la muerte nunca puede borrar lo vivido, nunca puede robarnos esos momentos y sensaciones cuando en la soledad del monte compartimos y aprendimos a apreciar un trozo de naturaleza.
La vida sí nos roba, nos arrebata a diario todo lo bueno que anhelamos; la muerte de nuestro perro lobo checoslovaco inmortaliza el más bello sentimiento, el más puro y natural…..inmortaliza la entrega absoluta y consolida una etapa para el recuerdo.
Desde estas líneas, sin pretender turbar ni tan siquiera perturbar, vaya mi más sincero abrazo para Lena y Ricardo que tuvieron la dicha de compartir tanto en tan poco tiempo con Vael …….un perro lobo checoslovaco, libre, noble y que caminó a su lado hasta el último momento. In memoriam.
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