Un viejo dicho, atribuido al gran filósofo Aristóteles, destaca que somos tres personas en una; la primera la que creemos ser, la segunda la que los demás creen que somos y la tercera la que realmente somos.
Salvando las distancias entre el ser humano y el reino animal, cuestión de por si evidente, en el caso de nuestra raza lo que los demás seres humanos creen que son – nuestros ejemplares – condiciona muchas veces sus relaciones con otros perros.
Cada raza tiene su característica forma de relacionarse entre si y con los demás ejemplares del resto de razas. En unos fluye el aparente desinterés y apatía – normalmente todos los molosos, mastines y derivados – en otras razas una aparente locura desmedida por las carreras sin control – las razas de caza – y así tenemos que según la impronta genética, la socialización y las circunstancias cada raza destaca, o permanece anodina, de cara al gran inquisidor….el ser humano…… que juzga, etiqueta y estigmatiza todo lo que no entiende.
No resulta nada fácil que los demás propietarios de perros entiendan a un perro lobo checoslovaco, en ocasiones ni los propios dueños somos capaces de entender el origen, motivo y alcance de algunos comportamientos.
Partiendo de esta realidad, debemos ser lo suficientemente sensatos como para no criminalizar conductas ignorantes. Pero la ignorancia siempre es atrevida, y puede tomar un camino protector que excluirá a nuestros ejemplares de la relación con otros perros.
Creo que la mejor manera de entender al plc es tener la fortuna de poder observarlos…. interactuando cuando conviven un adulto y un cachorro.
No será una fórmula mágica, dependerá de cada ejemplar y mil y una cuestiones condicionantes….no lo niego….pero personalmente me aporta una visión esclarecedora de la conducta innata, al menos en los dos ejemplares con los que convivo.
Desde el primer día observé, tanto en Leah como en Ciro y en sus etapas de cachorros, que la “herramienta” fundamental que utilizan en sus juegos es la boca, los dientes y la mordida marcando y sin llegar nunca a clavar.
Resulta muy llamativo ver esas “luchas” de dientes entre la imponente dentadura de un adulto y la colección de “agujas” de un cachorro. Pero si el juego quedase en lo referido no sería en absoluto algo llamativo o exclusivo de una raza.
Lo que realmente me empezó a sorprender, en la caso de Leah y siendo cachorra, fue cómo en sus juegos alocados con el bulldog inglés con el que convivió – y siempre que tenía espacio abierto – utilizaba una estrategia muy clara y definida….provocaba que el pobre gordo corriese, lo rodeaba a la carrera y buscaba morderle en las patas traseras para tumbarlo….nunca pudo ser una acción aprendida ya que tenía entonces tan sólo 3 meses.
De ese acoso y derribo pasaba a buscar el cuello, y empezaba un ritual de mordiscos y presas simuladas en las que el pobre bulldog acababa hasta más allá del microchip.
Por supuesto que este mismo comportamiento lo tuvo y mantuvo con otros perros, difícil explicar a sus dueños que se trataba de un juego en el que era evidente que estaba aprendiendo, ejercitando o rememorando acciones posiblemente heredadas.
Cada cual extraiga sus conclusiones, no es mi intención afirmar nada que no sea lo observado. Y llegó Ciro, un cachorro de dos meses alocado y con un carácter fuerte y dominante.
Y lo curioso es que de nuevo Ciro actuaba igual con Leah, para goce y disfrute de ella, los juegos han sido y son continuas carreras alocadas en la que el objetivo es tumbar al otro mordiendo las patas traseras y acabar en el suelo buscando el cuello sin violencia y con un matiz no exento de cachondeo.
Pero esto, una pequeña pincelada de sus juegos diarios, es muy difícil de asumir por el propietario de otro perro; el instinto de protección de los dueños hace que todo lo anterior se vea como agresión.
No lo es en absoluto, aunque vaya acompañado de pelo erizado y mil sonidos guturales; es simplemente el aprendizaje del juego en el que cada raza aplica su genética, su socialización y las peculiaridades de cada ejemplar.
Por supuesto que hay que saber leer las señales, y nunca permitir que la “temperatura” exceda del simple juego. Pero por desgracia nunca podremos evitar que los demás crean que nuestros ejemplares, sean cachorros o relativamente adultos, son agresivos o un peligro.
Podemos y debemos explicar que en las relaciones del reino animal nada es gratuito o retorcido, todo obedece a un patrón de conducta; y lo aparente, salvo que entendamos qué está pasando, nunca es peligroso….y no debiera convertirse en un estigma ni para el plc ni para su dueño.
Pero hemos escogido una raza diferente, ancestral en sus genes, habituada a relacionarse de manera muy visualmente engañosa….. y sobre todo maravillosamente natural. Aprender jugando no es un estigma, jugar a saberlo todo es una estupidez con la que deberemos convivir.
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