“En el desprecio de la ambición se encuentra uno de los principios esenciales de la felicidad sobre la tierra.”. François Marie Arouet más conocido por Voltaire, escritor francés, historiador y filósofo del periodo denominado “ilustración”. Fallecido en 1778.
Nunca tuvo demasiado tiempo, el trabajo y el deber aceleraban esa cuenta atrás que denominamos vida. Siempre tuvo inquietudes, sueños e ilusiones. Pero nunca tuvo demasiado tiempo.
El sonido del silencio inundaba aquel paraje, tan cercano a su casa pero tan desconocido; curioso y aparentemente normal. Un pequeño monte no deja de ser un lugar que siempre estuvo ahí, parte de un paisaje inmutable que le rodeaba y ante el que jamás prestó otra atención que ver su silueta recortada contra el horizonte.
La vida es curiosa, rutinaria en ocasiones y sorprendente en algunos momentos. Pensó que quizás somos algo más que obligaciones, algo más que posesiones, problemas, quebraderos de cabeza y metas absurdas. Y su sorpresa fue que no necesitaba pensar.
Allí no era necesario, poco importaban los sinsabores del día, y absolutamente nada empañaba el silencio atronador que crecía por momentos.
Lo intentó en muchas ocasiones, ordenar sus responsabilidades era tarea habitual en él cuando terminaba su jornada; y en cada ocasión resultaba imposible, vano e inútil intento, un esfuerzo tan ridículo que una sonrisa se dibujaba en sus labios cada vez que sucedía.
“¿ Seguimos? por qué hoy lo noto muy extraño, está ausente y casi no nos presta atención; observa que tus trastadas de loco impenitente no hacen que te grite su habitual “aquí”….es muy raro”.
Ella lo miró a los ojos con preocupación, con esa profunda mirada que trasladaba milenios de sabiduría; la fuerza de su liderazgo era algo natural, lo llevaba en la sangre y su fuerza residía en su cautela. Hoy manifestaba preocupación.
“No sé, quiero correr y empaparme de esta libertad tan curiosa; aprovechemos que parece estar a lo suyo y pongamos patas arriba el monte, hay mucho que descubrir y nos espera un rastro de corzos muy cerca y no me digas que no los has pillado”.
Él era un torbellino de fuerza, una tormenta de alocada pasión por el movimiento constante; necesitaba explorar, hundir sus patas en cada rincón y sobre todo perseguir hasta la extenuación cualquier olor que anticipase otro animal. Era un cachorro en un cuerpo de adulto, un exponente de la alegría por vivir sin otra preocupación que comerse a bocados cada momento.
“Ve junto a él, no seas cabezón, mientras tanto yo me encargo de adelantarme y controlar el paseo de hoy”.
Saltando como un verdadero acróbata zarzas y enebros llegó hasta él, con las orejas muy agachadas y contorneando todo su cuerpo se lanzó contra sus piernas, recibiendo caricias y un par de palmadas en el lomo….todo iba bien… así es como debía ser.
“Lo ves, ¿cómo ha reaccionado?…eres un coñazo permanente, así que vamos a adelantarnos que nos espera nuestro bosque y además allí tenemos el rastro de los corzos. Ah, y hoy te juro que no nos dejan tirados, creo que ya he pillado sus maniobras de evasión. Eso sí, te juro que seré respetuoso con ella”.
Así era él, pensó, un torbellino imparable lleno de vida y fuerza…aunque con menos seso que cuando llegó con dos meses. Lo miró con resignación y emprendió la carrera tras él hacia la entrada del bosque.
Otra vez sucedía, de nuevo al llegar a esa estrecha senda entre robles todo se transmutaba; el silencio atronador daba paso a una extraordinaria calma.
Una vez más observó cómo sus dos perros lobos checoslovacos frenaban su alocada carrera, y el ritual se cumplía de nuevo; los miró con detenimiento, ambos estaban paralizados con el cuerpo relajado y mirando a un punto indefinido entre los árboles.
Allí estaba otra vez, empujado por una extraña fuerza terminaba en aquel bosque tan particular; volvió a sentarse junto a un viejo roble, con la espalda sintiendo su rugoso tronco y todo su ser centrado en un sólo cometido….sentir.
Y de nuevo aquella sensación, profunda y envolvente, el aire se volvía denso el silencio curiosamente profundo y notó que el grueso tronco le transmitía un ligero movimiento.
No puede ser, no puede moverse….y sin embargo percibía ligeros movimientos, mantuvo una calma forzosa mientras seguía llenándose de sensaciones.
Paz, calma, quietud y bienestar….respirar cobraba un nuevo sentido, transmitía la consciencia de la propia vida. Y sin embargo allí sucedía algo demasiado especial.
Algo que rompía toda lógica, que desordenaba su sentido de la vida; trastocaba lo real y daba paso a algo desconocido.
Aquel grueso tronco latía, y eso sí le desconcertaba; se levantó con cuidado e intentó mover el tronco con ambas manos, empleando toda su fuerza no logró movimiento alguno.
Y se rindió a la evidencia, no sin cierto temor, aquello le superaba con creces. Pero la vida le enseñó a ser obstinado y aquello era algo tan extraordinario, tan envolvente.
Se sentó de nuevo y pudo comprobar cómo Ciro y Leah seguían inmóviles, con la mirada fija en un punto que no alcanzaba a distinguir.
Dejó de sentir el movimiento del tronco y empezó a sentir un extraño calor, suave y reconfortante, allí la temperatura era muy diferente.
El aire se tornó algo más denso, y sintió cómo su cuerpo se anclaba a la tierra; y sin saber cómo, ni por qué, empezó a ver retazos de imágenes en su mente.
Veía a través de otros ojos, corría…entre enebros y zarzales, notaba una respiración constante y agitada, escuchaba el sonido de la hojarasca que cubría el suelo.
Y el olor….. le inundaba por completo, un olor profundo lleno de mil aromas, sentía los pinos, los robles, los enebros y la hierba en su pecho.
Fue un segundo, o quizás menos, fue un breve instante…suficiente para dejarlo confundido; aquello estaba sucediendo, allí sucedía algo.
Dejó de sentir el anclaje al suelo y con lentitud se incorporó, el silencio atronador volvió a llenar el bosque; miró el reloj y comprobó, asombrado, que llevaba allí una hora y media.
Sacudiendo la cabeza buscó con la mirada a Ciro y Leah, seguían en el mismo punto cual estatuas marmóreas.
“¿La ha visto? hoy ha sido mucho más generosa que otros días”. “No lo creo, pero sí creo que empieza a entender que ella vive aquí”.
Y emprendieron camino tras él, reverentes y al paso siguieron al hombre satisfecho y feliz; se había manifestado con la fuerza habitual, había mostrado de nuevo que la tierra, los árboles y la vida son un regalo permanente.
Mientras bajaba por la senda dejó de pensar en lo sucedido, no era necesario; sentía una absoluta falta de ambición al respecto.
No ambicionaba entender, y se sorprendió; sentía y eso era lo importante.
Volvería, pensó con una tremenda sonrisa, y de pronto se dio cuenta de que Ciro y Leah le miraban a los ojos…..se estremeció sin dejar de sonreír.