“Lo que se mueve por sí mismo es inmortal”. Platón filósofo griego, seguidor de Sócrates y maestro del gran Aristóteles; fallecido el año 347 a.C.
La inmortalidad requiere un requisito sine qua non, todo inmortal a de atravesar el umbral de la muerte.
La muerte es vida y forma parte de la magia de la existencia, asusta y horroriza, duele y es odiada….pero sin ella la vida no existiría.
El ciclo vital culmina igualando a todo ser vivo, finaliza cual interruptor que apaga una luz; y da igual todo aquello material que el ser vivo haya poseído, poco importa, y sin embargo hay algo que puede perpetuar su vida en la memoria colectiva.
Desconocemos que nos aguarda en el Hades, en el infierno o en el cielo, tan siquiera sabemos con certeza si el barquero Caronte existe o es un mito.
Creemos y vivimos pegados a la esperanza de la vida tras la muerte, en todas las culturas es una constante….la obsesión no deja de ser curiosa.
Vivimos como si jamás fuésemos a morir y morimos sin haber vivido, así de crudo y así de ridículo; nos preocupa sobremanera la inmortalidad olvidando que reside en nuestros actos.
La inmortalidad no es perpetuar la vida de forma indefinida cual elfos de orejas puntiagudas, la inmortalidad no es vivir condenado a no morir.
La inmortalidad es… quizás……algo mucho más sencillo e infinitamente más complejo.
Hoy, en el siglo XXI, podemos afirmar que conocemos a seres inmortales, seguimos reconociendo su nombre, su obra, sus enseñanzas y admirando u odiando su pensamiento. He ahí la verdadera inmortalidad.
En el mundo animal sucede algo asimilado, sin parangón con el ser humano pero admitido como tal, la memoria individual y colectiva recuerda, y en algunos casos ensalza, a determinadas especies animales.
Animales totémicos, que perduran en nuestra memoria milenios después de su desaparición.
Atracción curiosa y desmedida en algunos casos, simple chafardeo histórico en otros; el caso es sangrante cuando es el propio ser humano el responsable del exterminio de una especie.
Así el tigre de Tasmania, o lobo marsupial, se extinguió de modo natural en Australia (miles de años antes de la llegada de colonos europeos) para sobrevivir en la isla de Tasmania.
Sin embargo el afán destructivo del hombre, la caza intensiva y las recompensas, acabaron con un animal increíblemente bello y extraño a nuestros ojos.
Incluso los diferentes gobiernos pagaban por cabeza de animal abatido, y llegó el desastre…..en 1933 se capturó al que parecía ser el último ejemplar de la especie, se le trasladó al zoológico de Hobart y vivió 3 años en cautividad muriendo de manera negligente y asquerosamente culpable.
Existen imágenes, del animal enjaulado y nervioso, que muestran la supina estupidez del ser humano; testimonio gráfico para vergüenza de nuestra especie.
Y al lobo marsupial le llegó la inmortalidad, la pertinaz hipocresía del hombre lo alzó a los altares de lo “raro”, convirtiendo las imágenes y fotografías en espectáculo bochornoso.
Hoy seguimos recordando que una vez, hace ya muchos años, en las tierras de Australia y Tasmania el lobo marsupial vivió en libertad formando parte del ecosistema. Inmortalidad odiosa y no deseada.
En aquellos años (desde 1830 hasta 1909) se le acusó de amenazar al ganado, de ser un peligro para la subsistencia del hombre…..pasen y vean similitudes con nuestros días…..pasen y vean.
Y hoy nos declaramos adalides de la modernidad, abanderados de la progresía más sesuda… a pesar de seguir siendo cazurros descerebrados con aires celestiales.
El lobo vive, más bien sobrevive, amenazado por el hombre; y seguimos con el afán de exterminarlo y convertirlo en inmortal….muy a su pesar….muy al pesar de muchos de nosotros.
Quienes tenemos la inmensa fortuna, de compartir vida con un perro lobo checoslovaco, sabemos que….. tras esa mirada profunda y limpia se ocultan años de persecución, siglos y milenios de cautela para con nuestra especie.
Quienes convivimos con ellos, y nos esforzamos por entenderlos, somos testigos de un silencio doloroso….de un SER especial y moldeado por su acertada herencia genética; una cautela natural, hacia el ser humano desconocido, les mueve y acompaña.
Y no dejaré de poner el acento en este aspecto, esa parte heredada….guste o no, e incluso le repatee los hígados a algún gurú de la raza…..esta presente en multitud de ejemplares.
Tan presente como su imponente belleza, como su inmaculada ansía de libertad, tan clara como su natural disposición a la naturaleza.
Y en mi caso, me merece un gran respeto.
Que nuestra inmortalidad sea igual a la de aquellos hombres que lejos de destruir, basaron su existencia en el trabajo para sentar los fundamentos de la razón…..una mínima razón para vivir con cordura.
La inmortalidad basada en el exterminio, en la crueldad o en el fanatismo más estúpido, la podemos dejar para los anales de la historia negra….para la lección básica que todo alumno debiera aprender en primaria……NO somos dioses, NO somos dueños de este planeta y mucho menos señores feudales.
La inmortalidad del lobo de Tasmania acecha a nuestros lobos……mientras, nuestros perros lobos checoslovacos, nos recordarán con machacona insistencia que SÍ hay motivos para la preocupación.
De nosotros depende ese movimiento del que, acertadamente, hablaba Platón.