En el ser humano la mirada muestra siempre un estado de ánimo, en muchas ocasiones sentimientos profundos; en otras ocasiones simplemente apatía.
El lenguaje corporal puede alterarse a voluntad, puede camuflar la realidad …puede llegar a confundir y sin embargo la mirada casi siempre resulta una profunda ventana hacia el interior. Una mirada comunica en silencio, un silencio que puede llegar a ser atronador….
En la naturaleza lo visual es parte de un perfecto equilibrio, nada es casual y todo esta perfectamente diseñado; un perfecto mapa que señala y delimita territorios, informa y sobre todo advierte.
El continente natural es una verdadera enciclopedia ilustrada, el contenido animal es igual de rico y extenso en lo visual. Y si la mirada en el ser humano es una profunda ventana, en el reino animal es un mirador que se ajusta a cada especie.
La evolución ha conformado, adaptado y creado la impronta de cada especie animal. Evolución compartida con el ser humano en todos, o en casi todos los territorios; en ocasiones hemos sabido convivir de manera equilibrada, respetando el entorno y el papel fundamental de todas y cada una de las especies que pueblan el planeta.
Desgraciadamente en la mayoría de los casos ha prevalecido una obtusa visión, un estúpido empeño en reinar sobre la naturaleza; un egocéntrico deseo de jugar a dioses inmortales, a decidir qué especies, cómo y cuando deben vivir, convivir o servir al hombre.
La historia del lobo en el planeta es la historia de la supervivencia, de la persecución, del acoso y de la exterminación en muchos territorios. Muchas culturas ancestrales han visto en este maravilloso animal un tótem espiritual, un ejemplo de libertad e independencia.
La gran mayoría de civilizaciones han sido protagonistas de una persecución salvaje, de un exterminio imparable. El ser humano, en su afán por “jugar” a las divinidades, establece categorías para el reino animal; los que sirven a nuestros propósitos y los que tan sólo aportan “competencia”…. y lo peor es que en ambos casos hemos errado el método, y las consecuencias han sido irreversibles.
Se podrían escribir miles de líneas al respecto, no es mi intención; tampoco lo es abanderar un “mea culpa” al respecto de nuestro paso por el planeta y lo que dejamos atrás generación tras generación. Aunque todos somos responsables, en mayor o menor medida, tan sólo quisiera apelar a la reflexión.
Y hacerlo desde el respeto y admiración hacia el lobo, respeto por su aportación al perfecto equilibrio natural – allá dónde ha podido sobrevivir – admiración por sus capacidades, por la transmisión genética del instinto de supervivencia y por su astucia ancestral a la hora de evitar al hombre, a pesar de tener que compartir territorio con él.
No quedan ya muchos espacios para esa convivencia, de hecho el hombre sigue siendo imparable a la hora de decidir el futuro del lobo; y en esa vorágine el lobo cada vez es más residual allá dónde el hombre reina a diario.
Qué vemos de peligroso en la especie, qué nos motiva a su exterminio directo o a una hipócrita y vergonzosa “regulación” de la especie. Sinceramente lo desconozco, sin embargo se que el mundo rural ha sabido convivir con el lobo.
En muchas ocasiones y comunidades han existido ejemplos de dicha convivencia, ejemplos admirables en los que el hombre ha sabido compartir territorio y beneficiarse incluso del equilibrio que aportaban las manadas de lobos al sistema natural.
La mirada de un lobo es un mirador a la historia pasada y presente del planeta, la mirada de un lobo es una atronadora llamada de advertencia; la mirada de un lobo es el reflejo de la sabiduría ancestral del planeta.
Y lo más importante….no engaña, no puede hacerlo; en ocasiones y cuando un plc me mira a los ojos…..un ligero escalofrío recorre mi cuerpo, no sabría explicarlo, no podría definirlo….pero si lo he sentido y lo siento.
Nunca un lobo me ha mirado a los ojos, no puedo hablar de qué se siente; pero si he visto la mirada del hombre …..cuando decide sobre su futuro….y lo siento pero no me gusta.
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