“Uno es para siempre responsable de lo que domestica”. Antoine Marie Jean-Baptiste Roger de Saint-Exupéry, aviador y escritor francés conocido mundialmente por su obra el Principito.
Toda experiencia vital, cuando es intensa, marca al ser humano de forma indeleble; da nueva forma al espíritu, quebrando o fortaleciendo el mismo.
Somos, en gran medida, fruto de nuestras experiencias; consecuencia de lo vivido y sobre todo de cómo hemos afrontado cada momento.
Somos compendio de momentos vitales que han marcado nuestro carácter.
Y negamos la mayor, la vorágine de nuestras vidas impide que giremos la cabeza y volvamos la vista atrás.
Así en ocasiones el mal, estigma del comportamiento humano y de toda religión, anida en nosotros de manera progresiva.
Y lo peor, es que cuando se asienta resulta ya imposible identificarlo como algo negativo; somos tan engreídos, tan absolutamente irreflexivos, que siempre justificamos conductas y comportamientos.
Y lo hacemos achacando las mismas a circunstancias tan vagas como ridículas. Un duro pasado, el estrés, el vecino del cuarto y la madre superiora suelen ser los responsables de nuestros actos. Cuando no el destino, que ya es para pedir la cuenta y salir de este tablao.
Hoy me tomo una pequeña licencia, una vez más no pretendo equiparar las líneas que siguen a la capacidad absolutamente deleznable del ser humano para con su misma especie; tan sólo pretendo mostrar un sentimiento, que no excluye nada y no pretende poner en píe de igualdad a seres humanos y animales.
Sin entrar en disquisiciones muy profundas, sin psicoanalizar la conducta humana, el hecho es que determinadas noticias me provocan tal hastío, tal repugnancia y tan mala leche que reniego de considerar la maldad un hecho justificable.
Y no hablo de la capacidad caníbal del ser humano, o la capacidad de infligir daño a otros semejantes. Hablo de ensañarse con animales, con esa casta inferior de la que se saca provecho hasta la extenuación.
Hace poco se difundía la imagen impactante de un caballo, muerto por inanición…Cervantino de nombre; abandonado a la muerte más repugnante, lo peor de la noticia no es el hecho en si.
Lo peor es que el animal fue utilizado en al menos dos series de televisión de gran audiencia, se lució su nobleza y se expuso su belleza a los ojos de los televidentes.
Y el noble jamelgo acabó pudriéndose en el suelo con la piel como manto y los huesos como sustento. Maldad pura, absoluta negación de la moralidad.
Somos responsables para siempre de aquello que domesticamos, o al menos así debiera ser; pero ante todo somos presuntos culpables.
Presuntos culpables de no saber asumir responsabilidades, presuntos ignorantes y presuntos ciegos, sordos y mudos ante multitud de hechos.
Y ahí acaba la presunción, en dos líneas sangrantes; porque sabemos distinguir el bien del mal, al menos en carnes propias, sabemos que para sufrir dolor en un dedo no hace falta atizarse un martillazo.
Y sin embargo deslizamos el velo del olvido, del silencio, del vistazo rápido y huidizo ante la crueldad sin sentido; no somos presuntos, somos culpables de jugar a dioses poderosos.
Somos responsables por comisión y omisión de salvajadas cómo la que nos ocupa, somos tan mezquinos que consideramos la noticia algo llamativo, escandaloso y casi fuera de tono.
En cuanto al responsable, o responsables, de semejante muestra de ignominia……podría verter una enciclopedia entera de insultos, maldiciones y exabruptos, pero me limitaré a mentar la madre que lo parió o los parió.
Madre que con toda seguridad acunó a ese bebé en su seno, madre que probablemente a parte del ser le dio cariño a raudales, y a pesar de todo el hijo, ese ser humano especial, llegó a convertirse en un ser ruin como pocos; y poco o nada me importa qué le deparó la vida.
Por la sencilla razón de que, no conozco a ningún “tarado” capaz de infligir daño a un ser vivo que practique dicho “deporte” consigo mismo.
La maldad anida, y en ocasiones se reproduce de una manera alarmante; resulta quizás el precio de nuestra existencia, no nos escandalicemos…desde antaño han existido, existen y existirán seres humanos capaces de infligir dolor, sufrimiento y muerte con media sonrisa en la boca.
Culpables de existir, simplemente culpables… ocupando un espacio que nos avergüenza pero que toleramos mientras no nos toque de cerca.
Aquellos que consideramos a los animales un don de la naturaleza, un regalo para nuestra existencia, no somos animalistas ni mucho menos militantes extremistas de un enfrentamiento inexistente; creo que tan sólo valoramos la vida, apreciamos la nobleza y disfrutamos con ello.
La moralidad está desfasada, el bien es ridículo y la bondad una gilipollez; así nos va este baile, y así asistimos a hechos que empiezan a ser tan comunes que acabaremos por considerar que son cosas “que pasan”.
Cervantino probablemente dio a sus dueños, y cuidadores, una mirada parecida a la imagen que encabeza este artículo; limpia, sin dobleces y llena de nobleza.
Nuestra mirada hoy, al ver su cuerpo tendido en el suelo, debiera ser al menos un justo pago a su noble existencia.
En cuanto al responsable, o responsables, de su muerte, mi más sincera repugnancia….poco más puedo decir.
Somos responsables de lo que domesticamos, y culpables convictos y confesos de la mayor estupidez humana; matar la belleza.
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